Espejo, semblanza de un castillo
La campiña cordobesa en todo su esplendor desde el castilo de Espejo
Desde las mansas aguas del río Guadajoz, desde los campos de cereales y olivos que cincelan la campiña cordobesa, el castillo de Espejo se antoja un espejismo entre tanta llaneza y horizontalidad.
La vieja fortaleza medieval sobresale entre el caserío blanco, encaramada a un cerro altanero desde cuya muela se advierte un paisaje tierno y pacífico, sin aristas, sin amenazas, sin sobresaltos que distraigan el manso espíritu del viajero.
Antes de que los árabes ocuparan este solar, antes de que se iniciaran las obras de la primera alcazaba, las tierras de Espejo estaban habitadas por romanos, muchos de cuyos objetos se pueden contemplar hoy en el Museo Arqueológico Nacional y en Arqueológico Provincial de Córdoba, ubicado en el palacio de los Páez de Castillejo.
El pueblo fortaleza
En tiempos de al-Andalus, Espejo estuvo protegida por sólidas y altas murallas. Cuando fue conquistada por Fernando III la villa pasó a manos del señor Pay Arias de Castro. Cuenta la historia que sus herederos la engrandecieron para afianzar las comunicaciones entre Granada y Córdoba.
Con Fernando IV, el pueblo volvió a afianzar sus murallas, creando en torno al cerro la fisonomía de un pueblo fortaleza cuyo subrayado urbanismo ha llegado a nuestros días.
El castillo domina el pueblo. En torno a él parten como radios de una rueda las principales calles del barrio antiguo que derivan a plazas pequeñas, flanqueadas por iglesias y casonas nobiliarias. La arquitectura popular, de fachadas encaladas y frescos y amplios patios, queda a las puertas de la localidad, próximas a los campos de labranza donde cobra todo su sentido la triada mediterránea del olivo, el trigo y la vid.
Los primeros cimientos
El castillo de Espejo lleva el nombre de Pay Arias, el señor que lo mandó construir sobre los cimientos de primitivas edificaciones romanas y árabes. La fortaleza fue concluida en el siglo XV con piedra y ladrillo. Su planta es cuadrada y en el centro se alza una severa y elegante torre de homenaje.
De su fábrica partían los lienzos de muralla que en otro tiempo aprisionaban la localidad. Lástima que el castillo esté en manos privadas. Pertenece a la casa ducal de Osuna y sólo es visitable el patio. No obstante, merece la pena rodearlo para contemplar sus dimensiones y evocar su aliento histórico.
La iglesia de San Bartolomé forma junto al castillo lo mejor del catálogo patrimonial de la villa cordobesa. Fue construida en el siglo XIV y cien años más tarde se acometieron en ella importantes obras de mejora que le dieron un aire tardo gótico.
En su interior se guarda el retablo de San Andrés, la pieza artística más notable de la localidad, obra del XVI de la escuela pictórica cordobesa atribuido a Pedro Romana. Hay además un pequeño museo parroquial donde se exponen los tesoros de la iglesia.
Articulo Carolina Oubernell